Javier Pérez Castells | 21 de julio de 2021
Los agoreros maltusianos nunca han tenido razón. Pero en el caso de los autores intelectuales del informe Kissinger, han provocado un cambio que quizá muera de éxito.
Como consecuencia de las ideas neo-maltusianas que estuvieron muy en boga en los años 70 del pasado siglo, los organismos asociados a la ONU se obsesionaron con la necesidad del control de la natalidad. Se afirmaba la imposibilidad de que la Tierra suministrara recursos suficientes para alimentar a una población que parecía disparada hacia el infinito y se aventuraban innumerables problemas económicos, sociales, políticos… que podían afectar a los intereses de Estados Unidos. Se elaboró entonces el informe Kissinger, a partir del cual se impulsó la financiación de campañas en pro de la anticoncepción que transcurrieron entre frecuentes acusaciones de coerción a los países y a las personas.
Como parte del control de natalidad se consideró recomendar políticas de laxitud frente al aborto, en palabras del Secretario de Estado: «Ningún país ha reducido su población sin recurrir al aborto». Dado que algunos de los países en los que se observaba un crecimiento poblacional más desmedido contaban con población mayoritariamente católica, la Iglesia Católica se veía como un estorbo al que había que intentar restar influencia.
No cabe ninguna duda de que el éxito de las políticas derivadas del informe Kissinger ha sido, en los últimos decenios, clamoroso. Y ha coincidido con decisiones de limitación de la natalidad en países autoritarios como China (política del hijo único). Provocado por esas políticas y también como consecuencia del desarrollo de la sociedad del bienestar y el progreso económico, se han producido profundos cambios sociales que han superado la pretensión expresada en el informe, «la familia de dos hijos deberá ser la norma social», pues más bien el número de dos se ha convertido casi en el máximo observado. El crecimiento de los estados (ese sí que ha sido desmedido), ha trasladado al control público numerosas funciones antaño reservadas al entorno familiar: atención a los mayores, a los niños, cuidado de enfermos e inválidos… Ya no se ve necesario tener un gran número de hijos que asegure la jubilación y la protección en caso de desgracias.
La situación actual nos habla de que quizá esta tendencia pueda llegar a provocar el problema inverso. Es bien conocido el proceso de envejecimiento poblacional de numerosos países occidentales y los niveles mínimos de sus índices de natalidad. Hasta ahora, en estos países, la situación se ha solventado con la entrada de numerosos inmigrantes que todavía no han cambiado su costumbre de reproducirse en mayor cantidad y han venido a compensar la disminución de la natalidad de ciudadanos nativos. Pero quizá esta situación cambie pronto porque en los países emisores de migrantes las cifras de natalidad también están bajando.
Un estudio reciente muestra que tan solo queda un continente en el que la tasa de reposición esté garantizada. Esta tasa se alcanza cuando el número de hijos nacidos vivos por cada mujer (índice de fertilidad) es de 2,1. Pues bien, ese continente es África y allí la tasa de reposición está en el 3,9, todavía muy alta. En ninguno de los demás continentes se llega a la reposición, destacando Europa con 1,4 hijos por mujer, pero quizá más sorprendentes sean los datos de Asia y Sudamérica, ambos con 1,8. Si no fuera por África podríamos haber llegado a un escenario de estabilización de la población mundial o incluso quizá hubiera comenzado su decrecimiento.
Esto no tiene mucho que ver con las proyecciones de la ONU. Actualmente, la población mundial es de alrededor de 7.800 millones de habitantes y, para la ONU, su crecimiento tan solo empezará a frenarse hacia el final del este siglo, cuando será de aproximadamente el 0,1%. Este crecimiento alcanzó su pico máximo en 1968 con el 2,1% y actualmente está en el 1,1%.
Para la ONU, la población mundial alcanzará los 10.800 millones de habitantes a final de siglo y solo entonces entrará, quizá, en fase de estabilización. Tan sólo si se dieran circunstancias muy desfavorables, en el escenario más extremo, considerado poco probable, la ONU prevé la estabilización de la población hacia 2055. Pero hay que tener en cuenta que están considerando un índice de fertilidad de 2,5. Este factor será prácticamente el único que va a determinar la evolución de la población en el futuro, ya que la mortalidad se acabará estabilizando gracias a los progresos sanitarios, sin perjuicio de la aparición de pandemias y otras desgracias que puedan ocurrir. Sin embargo, la ONU indica que algunas organizaciones externas a ella contemplan escenarios menos favorables para el crecimiento de la población a corto plazo si la fertilidad baja más rápido de lo esperado…
Y en esto interviene Elon Musk, insigne miembro de la oligarquía dominante en el mundo, pero persona librepensadora que no parece ir en sintonía con las ideas globalistas de otros bien conocidos miembros de este selecto grupo. Este empresario, tan conocido por sus fábricas de baterías, coches eléctricos, hyperloops… ha declarado que la población mundial va a colapsar en un tiempo relativamente corto. Musk se pregunta qué sucederá con pirámides de población invertidas donde el número de ciudadanos productores sea muy bajo, el nivel de dependencia de las personas mayores sea alto, los sistemas de salud y de Seguridad Social colapsen…
No parece un problema de fácil solución puesto que los incentivos a la natalidad empiezan a dejar de funcionar ante las costumbres sociales, tan bien establecidas. La relajación de la política natal de China permitiendo primero el segundo hijo y ahora un tercero, no parece que vaya a resultar en un aumento sensible de la natalidad. Puede que dentro de mucho tiempo, la humanidad vuelva a ser más pequeña, pero habrá que atravesar por una fase terriblemente turbulenta en la que la proporción de personas mayores sea enormemente elevada… ¿Será por eso que hablamos tanto de eutanasia últimamente?
Si a un habitante del siglo XIX le explicaran que la población de la tierra es actualmente de 7800 millones de habitantes no se lo creería, y en cualquier caso pensaría qué la tierra estaría sumida en el caos, la inanición y la falta de recursos. Los agoreros maltusianos nunca han tenido razón. Pero en el caso de los autores intelectuales del informe Kissinger, han provocado un cambio que quizá muera de éxito. Y posiblemente, tanto desperdicio de vidas humanas por vía de la implementación de políticas favorables al aborto haya sido, al final, no solamente inmoral, sino también innecesario.
Millones de familias, sin distinción de clase o pertenencia política, han sentido la necesidad de proteger a los mayores, de tomar medidas excepcionales y paliar su debilidad.
Hemos tomado el camino aparentemente más cómodo pero que lleva a Occidente, y muy especialmente a España, al suicidio: no tener hijos.